miércoles, 1 de octubre de 2008

Hajrá Diósgyőr!

El pasado domingo, la Cultural Leonesa no pasó del empate frente a uno de los rivales más cualificados de la competición, el Racing de Ferrol y, a juzgar por las crónicas, el partido no permanecerá mucho tiempo en la memoria de los asistentes. No es mi caso. Por uno de esos audaces caprichos del destino, el pasado fin de semana tuve el privilegio de saborear el glamour y la exclusividad de la primera división. Y fue en una ciudad del norte de Hungría: Miskolc, donde, al menos durante hora y media, me convertí en un hincha más de su equipo: el Diósgyőr.

Este país, que un día ya lejano en la historia amenazó sin miramientos a lo más elevado de la jerarquía futbolística, hoy tiene un papel penosamente discreto en las competiciones internacionales. La selección no participa en la fase final de un mundial desde 1986 y la liga doméstica no puede presumir de grandes estrellas, lo cual no impide que los aficionados acudan al campo y jaleen sus colores con la misma intensidad que en cualquier otro sitio. A pesar de estar luchando por evitar el descenso, no se puede decir que al DVTK le falte apoyo desde la grada.

Mi primer contacto con el Borsodi Stadion tuvo lugar unas horas antes del partido, cuando pasamos por el bar anexo al complejo deportivo para comprar la entrada. Por 1800 florines, alrededor de 7 euros, me hice con una localidad en la grada lateral cubierta, una estructura que recuerda a los graderíos de los campos ingleses y que cobija en su interior los vestuarios, la sala de prensa y demás dependencias del club. El resto del perímetro resulta mucho más llamativo, pues está compuesto por una docena de plataformas separadas entre sí, un diseño que nos hace pensar más en un campo de placas solares que en un campo de fútbol. Además, en esta zona las localidades son „de pie”, por lo que resultan propicias para que, en una de las esquinas, se sitúe el grupo de hinchas más ruidosos y radicales.

Cuando llega la hora del partido, ya desprovisto de intérprete, doy un paseo por los alrededores, ojeo los puestos de ropa y souvenirs, entro en el estadio mientras los equipos calientan. Los espectadores van haciendo acto de presencia, uniformados con gorras y bufandas, equipados algunos con sacos de pipas, las gargantas aclaradas. Cuando llegan las 7 y el cielo ya ha oscurecido por completo, saltan los equipos y suena el himno. A partir de ese momento, no importa el lugar, ni el idioma, ni el color de las camisetas. Es simplemente fútbol y no necesita doblaje ni subtítulos.

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