martes, 4 de diciembre de 2007

El aliento de un dios

Sábado tarde. Bullicio nocturno de motores entre estrellas caídas. La niebla se aproxima lenta, desciende lánguida desde su refugio secreto, envolviendo las formas y los colores, sin tocar el suelo apenas, como si de una pompa de jabón se tratara, retrasando en lo posible su trágico final.

Yo también camino despacio, ahorrando pasos casi. Fingiendo un vagar sin destino al cual no hago sino aproximarme más y más, hipnotizado por el misterio del resplandor de mi particular teatro de los sueños, en esta tarde de aliento espectral más propicia para las pesadillas o una representación de muertos vivientes.


Silencio en los aledaños. El ritual habitual en el templo de pasión y emociones. Una vez dentro, más silencio. Casi soledad allí donde debería haber bullicio. Los actores se preparan a la manera acostumbrada, miran de reojo, bajo la poderosa intensidad de unos focos que esta vez se encuentran con un incómodo enemigo. Escenografía espectral, la niebla sigue cayendo, el aliento de un dios.

Cuando comienza el espectáculo, los fieles se esfuerzan más que de costumbre. Más brío en la percusión, más chispa en las palmas, más desgarro en las voces. El guión les premia con un primer momento de éxtasis, las cuentas cuadran, pero la incertidumbre continúa. En este arte inexplicable uno nunca puede estar seguro, lo imprevisto es ley natural, como esa niebla que aún amenaza con trastocar el orden de las cosas durante el entreacto, cuando un puñado de niños nos recuerdan que el hombre creó su obra más pura en la Cueva de Altamira.

Y a la hora de la verdad, cuando los adultos regresan con su vil desempeño de artesanos calculadores, el enemigo hace suyo el papel que le corresponde en esta tragedia y se levanta enfurecido, dispuesto a devolver la herida sufrida. Apunta golpes amenazadores, pero renquean y carecen del poder necesario. Sólo mueren los valientes, es verdad, y esta vez lo hicieron a hierro, desangrados por el estilete afilado fundido para esta suerte sublime: segundo momento de éxtasis.

La función ha quedado vista para sentencia. Ahora los parroquianos regresan a ese otro mundo de sombras, ese que permanecerá imperturbable cuando la niebla se disipe y las luces del alba den paso a un nuevo día.

2 comentarios:

Nacho© dijo...

Genial articulo y chulisima la foto. Saludos.

Anónimo dijo...

Me encantan tus artículos, enhorabuena.

AUPA CULTURAL!