sábado, 5 de febrero de 2011

Señales de humo

El pasado fin de semana, la Copa del Mundo de la FIFA estuvo en León. O algo parecido, porque el trofeo con el que miles de aficionados se fotografiaron en uno de los centros comerciales de la ciudad no es más que una réplica del custodiadísimo original. Ninguno de nosotros iba a notar la diferencia, ciertamente, así que más que proteger la reliquia, los guardias de seguridad allí apostados tenían la importante misión de hacer circular a las masas con la mayor celeridad posible frente al objetivo del cámara maratoniano. De hecho, la cola avanzaba tan deprisa que los ilusionados curiosos apenas tenían el tiempo justo para mirar al frente y esbozar sonrisa. Cosa curiosa: muchos estuvieron junto a la Copa, pero casi nadie la vio.

El pasado fin de semana, con menor participación popular, la Cultural Leonesa volvió a disputar un partido en el Reino de León, contra el Caudal de Mieres de visitante, tras levantarse por segunda vez una convocatoria de huelga por parte de la plantilla. Sin novedades para los jugadores en el apartado salarial y, lo que es peor, con las operaciones de compra del club en punto muerto, los futbolistas saltaron al césped portando una larga pancarta de denuncia: "JUGADORES AFICIÓN ABANDONADOS". Desde las gradas, llegaron los aplausos más calurosos y los cánticos de apoyo más insistentes en lo que llevamos de temporada. Lamentablemente, el justo reconocimiento a la entrega de la plantilla no tuvo la recompensa deseada en el marcador, que señaló un empate a uno final, pero la satisfacción del espectáculo presenciado embargó los corazones de una manera especial.


Quienes se acercaron a adorar la copa y quienes asistieron al Reino de León seguramente compartieron la sensación extraña de ser testigos de un fragmento de historia fugaz e irrepetible. ¿Volveremos a ver a nuestra selección conquistar el bellocino de oro? ¿Cuántos partidos de vida le quedan a la Cultural Leonesa? Esto debían estar preguntándose los acérrimos hinchas, puestos en pie, al recibir a los supervivientes portadores del escudo culturalista, ese que ya existía antes de que Jules Rimet hiciera realidad su gran sueño. Sus esperanzas e ilusiones llevan pendientes de un hilo todo el mes de Enero. Hoy todos son conscientes de que el progresivo deterioro que la institución ha padecido durante años no va arreglarse, si es que tiene arreglo, en cuestión de días.

Desde que el consejo de administración de la Cultural, como quien anuncia el inicio de las hostilidades, prendiera la hoguera solicitando la disolución del club en el Juzgado, la actualidad futbolística en la ciudad de León se ha convertido en una película de indios y vaqueros. Periódicos, emisoras de radio y páginas web han vendido humo sin tregua, a medida que las supestas negociaciones entre Ayuntamiento, inversores y propietarios se iban sucediendo. Y digo supuestas no porque dude de su existencia, sino porque con tanto ruido parece mentira que hayan caído tan pocas nueces. La oferta de compra que más cerca quedó de consumarse, según se ha publicado, se abortó finalmente por descubrirse la magnitud de la deuda acumulada en el presente ejercicio. Aún a riesgo de caer en una simplificación, me atrevería a decir que no hay que ser un lince de las finanzas para hacerse una idea muy clara de la situación económica de una empresa que adeuda cinco mensualidades a sus trabajadores...

El caso es que, a día de hoy, seguimos desconcertados, esperando la anunciada llegada del Séptimo de Caballería y con muchas dificultades para distinguir los buenos de los malos. Entre las cenizas, mientras se disipa la niebla, lo único seguro para el último reducto de culturalistas inquebrantables es la heroicidad de un puñado de jugadores dispuesto a morir con las botas puestas.

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