Por muy corto que sea o bien planeado que esté, un viaje no deja de ser un complejo y atolondrado juego de azar, en el que hasta lo más improbable tiene cabida. Algo similar podría decirse de un partido de fútbol. Y aunque se conozca el destino, la llama del misterio permanece encendida y temblorosa. El desenlace inevitable de aquel Barça - Cultural no era cosa de oráculos, más bien podría decirse que ya estaba escrito y sólo restaba contemplar la dispar caligrafía con que los contendientes firmarían su actuación para la posteridad. Hubo, eso sí, quien, sin importarle la certidumbre del resultado, viajó con la ilusión intacta a la Ciudad Condal, quizá movido por la imprevisible belleza del camino, quizá porque la historia nunca llama dos veces.
El tren horada la noche mientras sus ocupantes tratan de conciliar el sueño. Podría ser que el sueño culé de repetir glorias sea compatible con el anhelo culturalista de recuperar dignidad y prestigio. Aún tenemos muchas horas por delante antes de salir de dudas, todo un día de ocio hedonista ocupado por completo en preliminares que hagan mayor el placer caída la noche.
A primera hora llegamos a Barcelona, con los huesos un tanto arrugados pero animados por lo primaveral de la atmósfera que nos recibe. Un prolongado paseo nos acerca a la imponente fachada de la sede azulgrana, junto a la cual hemos reservado alojamiento. Frente a nosotros se extiende el barrio de L'Hospitalet, donde se trabaja con la normalidad de un día cualquiera y la quietud del bar en el que desayunamos contrasta con nuestro entusiasmo, sólo atemperado por el estómago vacío y el desasosiego del descanso incompleto.
Las primeras pinceladas de color leonés las encontramos en el puerto, en el conocido complejo comercial con restaurantes y tiendas para todos los públicos y donde el castellano comienza a perder su utilidad en favor de ese inglés torpe e impersonal con el que se comunican los turistas. Un grupo de jóvenes culturalistas come al aire libre de Noviembre. Minutos después, por La Rambla, las bufandas y banderas, que en otros lugares captarían la atención del peatón, pasan aquí totalmente desapercibidas, engullidas por la marea turística que recorre el barrio gótico de esta ciudad museo. En otras urbes, las maravillas se guardan en edificios aclimatados; en Barcelona, el arte sale a la calle: mimos, actores, pintores, malabaristas o carteristas. Todos ellos y muchos otros actúan en el imponente escenario de la capital catalana.
El arte futbolístico, sin embargo, tiene su propio templo y es hoy, el Camp Nou, más que nunca, el gran referente mundial del espectáculo y buen gusto futbolísticos. Es difícil describir lo que se siente al acceder al graderío y que la vista quede inundada por los colores azul y granate de los graderíos interminables o el verde intenso del césped. No es nuestra primera visita al Estadio, pero la impresión es más profunda que aquella otra; no siempre las primeras impresiones son más duraderas.
Hasta que los jugadores saltan al campo y el tiempo se detiene. Es un guiño del destino que esta Cultural Leonesa, un tanto empañada y titubeante, se haya visto emparejada con el mejor equipo del planeta. Nuestro viaje de 8 horas es difícilmente comparable a la travesía de más de 53 años del club, el tiempo que ha transcurrido entre la primera visita culturalista a campo del FC Barcelona, en jornada de Liga, y esta segunda, copera. Por aquel entonces, el Barça jugaba en el Estadio de Les Corts, Ramallets defendía la portería local y el ejemplar de la mañana de El Mundo Deportivo costaba la anacrónica cantidad de 80 céntimos. Puede que lo único que no haya cambiado desde entonces sea la pasión irracional que lleva a los aficionados a acudir a los campos y alentar, aunque sea disimuladamente, a quienes defienden el escudo de su equipo.
El regreso, salpicado por las grandes ciudades del norte, es largo y solitario. El Real Madrid es sujeto de los titulares, porque hasta en la derrota los grandes roban el protagonismo a los pequeños. En la retina de los culturalistas, donde quiera que estén, quedará la vigilancia de Chema Mato a Iniesta, la lucha de Jito con Puyol o el balón de gol controlado por Alberto Suárez dentro del área y que acabó mansamente en las manos de Pinto. Muy escaso bagaje, quizá, para la tan larga espera de la historia. Finalmente, el tren llega a casa. El Reino de León pasa fugazmente a mi derecha, como un felino dormido que descansa. Sería inadmisible que haya que, por incompetencia de dirigentes y desidia de aficionados, tengan que pasar otros 50 años hasta volver a enfrentarnos al mejor equipo del mundo.
domingo, 15 de noviembre de 2009
Regreso al futuro
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3 comentarios:
Sensacional relato, amigo mío. Se te ven los coloretes ;)
UVE
Gracias!
Y sí, soy culturalista, así que no creí necesario mencionar que perdimos 5 a 0 ;)
Me parece increíble. Tengo trece años y voy cada domingo a ver a la Cultu y me parece lamentable que Yosu Uribe siga haciendo caso a los deseos de Dionisio Elías una vez que hubo dimitido. Deberían renovar el contrato a Chema. Este verano no teníamos un duro y se pusieron a fichar y a fichar. Ahora se dieron cuenta de que Diego Calzado es muy buen portero y no dan ni un minuto a Saizar. ¿A qué llegamos con esto? A que están pagando y fichando a jugadores que después no utilizan y que el jugador más querido por toda nuestra afición culturalista esté pendiente de los deseos de un tipo que ya dimitió. Y por si ya fuera poco estamos en el descenso a la espera de visitar a nuestro mayor rival, la Ponferradina. Debería dimitir Cueto y ponerse al frente de la entidad alguien que cumpla mantenga feliz a la afición y no nos haga sufrir cada domingo para conseguir un empate que nos hará bajar del decimosexto puesto al decimoséptimo. Un saludo: Yo
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