La noche de Halloween tuvo un arranque de lo más terrorífico en la capital leonesa para la hinchada local. Bajo un cielo ceniciento y una lluvia fría y obstinada, los muchachos dirigidos por Alberto Monteagudo vieron hacerse añicos los buenos augurios de las últimas semanas. El Estadio Reino de León fue el escenario de una pesadilla macabra en la que la Cultural no sólo caía derrotada con estrépito; al mismo tiempo, varios de sus jugadores y técnicos se veían obligados a abandonar el campo mucho antes de cumplidos los 90 minutos de rigor, dejando a sus compañeros en inferioridad de elementos con los que enfrentarse a un rival agigantado y a una grada vuelta del revés.
Nada de esto era fácil de imaginar a las cinco de la tarde, hora de comienzo del encuentro. Los visitantes, es verdad, se desplegaron sobre el verde con vocación descaradamente ofensiva, mientras que los anfitriones se aferraban a la seguridad de su nueva dupla de acorazados: Mato y Orlando. Sin Quique, sancionado, ni Curro, de inicio en el banquillo, aquella apuesta romántica de las primeras jornadas por el toque y el buen trato del balón parece haber quedado abandonada definitivamente. Es más, podría decirse que esta nueva Cultural recuerda cada vez más a la de Yosu Uribe, pero sin matador, porque Jito se fue a Vitoria, como ya sabemos.
Así que tras unos minutos de tanteo sin sobresaltos, hizo su aparición inesperada Iñigo Azkue Otegi, el trencilla, el Freddy Krueger de amarillo, para sacarse de la manga una falta al borde del área y la primera de una larga lista de tarjetas con las que ir desquiciando a los culturalistas, jugadores y aficionados. Se cumplía el cuarto de hora de partido. Víctor Sánchez superó con maestría la barrera para conseguir el primer gol de la tarde y dejar a Calzado petrificado bajo el larguero.
Ya con angustia en las gradas, el canterano Víctor y el mismísimo Vergara tuvieron ocasión de nivelar el tanteador, pero se toparon con Castilla, que ese es el nombre del portero palentino y también el de la mitad hostil de la Comunidad Autónoma, que dirían algunos. A falta de puntería, el señor Azkue decidió aumentar la tensión de la disputa justo antes del descanso, señalando como penalty una zancadilla de Marín dentro del área y acompañando éste de una tarjeta roja para el lateral culturalista, que abandonaba el terreno de juego, eso sí, con el dudoso honor de ser el indiscutible líder del equipo a la hora de cometer infracciones en área propia. Ya van tres en su haber. Alejandro convirtió el segundo para su equipo y para delirio de los doscientos aficionados palentinos, cuyo ruidoso disfrute ante la agonía rival les haría merecedores del calificativo de sádicos, si no fuera porque de un simple partido de fútbol se trataba.
Tras el descanso, en un intento desesperado de salvar el pellejo, Mena contralaba con el pecho entre varios defensores y colocaba con precisión el balón para batir la portería rival, reduciendo la distancia en el marcador. Sólo había transcurrido un minuto del segundo tiempo y aparecía un destello de esperanza. En inferioridad numérica, la Cultural luchaba contra su destino de moribundo a base de bombear balones y percutir cuerpos contra la muralla morada, pero no contaba con el despiadado Azkue Otegi, quien, en lo que parecío un sangriento homenaje a Hannibal Lecter, fue tiñendo de rojo las blancas camisetas culturalistas: Yagüe, Martínez Sela (utillero), Diego Calzado, Aurelio Ruiz (preparador físico) y Santi Santos (ya con el partido concluido) fueron expulsados a manos del colegiado vasco. En el minuto 71, Alejandro había anotado el tercero del Palencia, dejando ya el partido reducido a un simulacro futbolístico y a una tortura inmerecida para la Cultural.
Ya en el exterior, desmoralizado, lo reconozco, huyendo del atasco y la masacre, evitando los charcos formados por una lluvia infinita, oía los gritos de rabia de un estadio hecho carne: "¡fuera, fuera!", más que protestando por la actuación arbitral, intentando despertar de la más terrible de las pesadillas.
domingo, 31 de octubre de 2010
Tarde de terror en el Reino de León
martes, 5 de octubre de 2010
Nubes negras sobre el Reino de León
Más de uno se lo pensaría antes de acudir al estadio el pasado domingo. La tarde era de las que invitan a quedarse en casa: oscura, ventosa y preñada de ese primer frío que anuncia la cercanía del invierno. La visita del Real Unión, plagado de viejos conocidos, disipaba las dudas. Al fin y al cabo, siempre ha de llegar el momento de rescatar las botas de montaña y el abrigo grueso de las profundidades del armario. Una vez dentro del Reino de León, la tempestad no amenazaba más que si se tratara de una vívida proyección cinematográfica. Porque uno siempre tiene recursos para protegerse de la violencia de los elementos. Cuando las inclemencias futbolísticas arrecian, resulta mucho más complicado encontrar cobijo.
Dicen que días de borrasca son víspera de resplandores, pero tiene que estar siendo esta una semana dura especialmente para el míster Monteagudo. La ilusión por conseguir una proeza habrá dejado paso al más puro instinto de conservación. Tras varias semanas en el alambre, su equipo, la Cultural Leonesa, ha caído hasta el último peldaño de la tabla clasificatoria. Y, más allá de los atenuantes, que nunca faltan, la ocupa por méritos propios. Los síntomas ponen al descubierto la cruda realidad: fragilidad defensiva, incapacidad goleadora y moral por los suelos.
Frente a la escuadra irundarra, los jugadores leoneses sólo mantuvieron el tipo mientras el marcador estuvo igualado. Teniendo en cuenta las condiciones en las que se estaba disputando el partido, la consigna era no cometer errores en área propia y mantener la pelota lo más cerca posible del área ajena. En los compases iniciales, La Cultu cumplió con estas premisas, disparó con peligro y dispuso de varias situaciones a balón parado. Sin embargo, en la primera aproximación visitante, una internada dentro del área dio como resultado un remate que Calzado no pudo blocar y cuyo rechace empujó a la red Eneko Romo. A partir de ese momento, los jugadores culturalistas se fueron deshaciendo como terrones de azúcar bajo el aguacero.
Aunque el signo del encuentro ya había quedado definido, el tercer gol del Real Unión, el que aniquilaba cualquier atisbo de esperanza, llegaría al cuarto de hora de la segunda parte y supuso una dura prueba para la afición. ¿Cómo reaccionar? ¿Animar? ¿Callar? ¿Abuchear? El primer impulso fue abandonar el campo y volver a casa. No fui el único al que se le pasó por la cabeza: algunos enfilaron la salida, aunque la mayoría permanecieron en sus asientos, a la expectativa. Los más exaltados abandonaron el fondo y saltaron a la tribuna para dirigir sus improperios todo lo cerca del palco que le permitieron los empleados de seguridad. A esas alturas, poco importaba ya lo que sucediera a ras de césped. La Cultural estrelló dos remates en el larguero, por si a la derrota hubiera que añadirle la burla, como si el fútbol se estuviera vengando de faltas cometidas en el pasado. Mientras tanto, en el banquillo visitante, aunque no lo aparente, Cervera debe pensar que está consiguiendo una de las victorias más cómodas de su carrera. Finalmente, poco antes del 45, la grada decide liberar en forma de gritos la frustración acumulada durante el arranque de Liga más desastroso que se recuerda.
Llegados a este punto, permanecer en el estadio hubiera sido más un ejercicio de autoflagelalción que de apoyo a los colores.