martes, 24 de noviembre de 2009

Yosu Uribe conserva el optimismo

En los círculos culturalistas, la semana pasada estuvo marcada por la extraña situación de Chema. La polémica llegó a los medios tras la ausencia del más emblemático de los integrantes de la plantilla frente al filial del Athletic y parece que una cláusula de renovación automática por número de partidos disputados es la causa del conflicto. El veterano carrilero sí disfrutó de minutos frente al Sestao y para él fue la mayor ovación de la mañana en el momento de saltar al terreno de juego, aunque el respetable ya se hubiera dejado oír en varias fases del partido,pidiendo la participación del futbolista y la dimisión de algunos elementos del consejo de administración.


Ya en la sala de prensa, Yosu Uribe se mostró evasivo y contrariado en el momento en el que llegaron las inevitables preguntas acerca de su jugador. Su intento de zanjar una polémica en la que su imagen pública se ha visto seriamente dañada tampoco resultó convincente, alegando unos problemas físicos que ni los servicios médicos del club ni el propio Chema consideran un impedimento para su presencia en el once titular. Seguramente, Uribe considera que los incidentes extradeportivos suponen un obstáculo para la buena marcha de su equipo; sin embargo, cada vez es mayor la sensación entre los socios de que el verdadero obstáculo con el que se enfrenta el club son sus propios dirigentes.

Las palabras del míster llegaban a través de la radio como si fueran el discurso de un político: confianza, optimismo... ¿Tenían los culturalistas motivos para el optimismo el domingo a la hora de la comida? Pues, puestos a ver el lado positivo, es innegable que el equipo dejó muchos detalles para la esperanza. La defensa, por ejemplo, si exceptuamos la total incompetencia que mostraron para quitarle la pelota a un oponente en el gol del Sestao, se mostró firme y expeditiva a lo largo y ancho del encuentro. Los mediocentros, tan denostados, aunque estuvieron desaparecidos en el primer tiempo, lograron después bajar la pelota al césped y moverla hacia el compañero mejor situado, no necesariamente el más alejado de la portería propia. Los hombres de banda deslumbraron con cabalgadas tremendas, eléctricos para desbordar a su par y poco precisos a la hora de colocar sus centros. Y Jito... realmente ya no necesita marcar ningún gol en lo que resta de temporada, su nombre ya forma parte de la historia.

De hecho, si nos decidimos a tomar un saludable y optimista punto de vista, tendremos irremediablemente que admitir que esta Cultural, si bien más desorganizada y vulnerable, es mucho más impredecible y entretenida de ver que la añorada versión de la temporada pasada. El horario matinal, por otra parte, no tuvo las perniciosas consecuencias que alguno auguraba, pues la afluencia de público fue tan escasa como en cualquiera de las últimas tardes, a cambio, eso sí, de disfrutar de una temperatura mucho más llevadera.

Estoy con Uribe cuando pide calma y paciencia. Un proyecto deportivo serio no se construye bajo el sueño de una noche de verano, ni puede un entrenador demostrar su verdadera valía en tan solo tres meses. Desgraciadamente, tras este revitalizante ejercicio de optimismo y el quinto empate en casa de la temporada, la cultu sigue estando una semana más en posición de descenso y con rivales de gran exigencia a la vuelta de la esquina.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Regreso al futuro

Por muy corto que sea o bien planeado que esté, un viaje no deja de ser un complejo y atolondrado juego de azar, en el que hasta lo más improbable tiene cabida. Algo similar podría decirse de un partido de fútbol. Y aunque se conozca el destino, la llama del misterio permanece encendida y temblorosa. El desenlace inevitable de aquel Barça - Cultural no era cosa de oráculos, más bien podría decirse que ya estaba escrito y sólo restaba contemplar la dispar caligrafía con que los contendientes firmarían su actuación para la posteridad. Hubo, eso sí, quien, sin importarle la certidumbre del resultado, viajó con la ilusión intacta a la Ciudad Condal, quizá movido por la imprevisible belleza del camino, quizá porque la historia nunca llama dos veces.

El tren horada la noche mientras sus ocupantes tratan de conciliar el sueño. Podría ser que el sueño culé de repetir glorias sea compatible con el anhelo culturalista de recuperar dignidad y prestigio. Aún tenemos muchas horas por delante antes de salir de dudas, todo un día de ocio hedonista ocupado por completo en preliminares que hagan mayor el placer caída la noche.

A primera hora llegamos a Barcelona, con los huesos un tanto arrugados pero animados por lo primaveral de la atmósfera que nos recibe. Un prolongado paseo nos acerca a la imponente fachada de la sede azulgrana, junto a la cual hemos reservado alojamiento. Frente a nosotros se extiende el barrio de L'Hospitalet, donde se trabaja con la normalidad de un día cualquiera y la quietud del bar en el que desayunamos contrasta con nuestro entusiasmo, sólo atemperado por el estómago vacío y el desasosiego del descanso incompleto.

Las primeras pinceladas de color leonés las encontramos en el puerto, en el conocido complejo comercial con restaurantes y tiendas para todos los públicos y donde el castellano comienza a perder su utilidad en favor de ese inglés torpe e impersonal con el que se comunican los turistas. Un grupo de jóvenes culturalistas come al aire libre de Noviembre. Minutos después, por La Rambla, las bufandas y banderas, que en otros lugares captarían la atención del peatón, pasan aquí totalmente desapercibidas, engullidas por la marea turística que recorre el barrio gótico de esta ciudad museo. En otras urbes, las maravillas se guardan en edificios aclimatados; en Barcelona, el arte sale a la calle: mimos, actores, pintores, malabaristas o carteristas. Todos ellos y muchos otros actúan en el imponente escenario de la capital catalana.

El arte futbolístico, sin embargo, tiene su propio templo y es hoy, el Camp Nou, más que nunca, el gran referente mundial del espectáculo y buen gusto futbolísticos. Es difícil describir lo que se siente al acceder al graderío y que la vista quede inundada por los colores azul y granate de los graderíos interminables o el verde intenso del césped. No es nuestra primera visita al Estadio, pero la impresión es más profunda que aquella otra; no siempre las primeras impresiones son más duraderas.


Hasta que los jugadores saltan al campo y el tiempo se detiene. Es un guiño del destino que esta Cultural Leonesa, un tanto empañada y titubeante, se haya visto emparejada con el mejor equipo del planeta. Nuestro viaje de 8 horas es difícilmente comparable a la travesía de más de 53 años del club, el tiempo que ha transcurrido entre la primera visita culturalista a campo del FC Barcelona, en jornada de Liga, y esta segunda, copera. Por aquel entonces, el Barça jugaba en el Estadio de Les Corts, Ramallets defendía la portería local y el ejemplar de la mañana de El Mundo Deportivo costaba la anacrónica cantidad de 80 céntimos. Puede que lo único que no haya cambiado desde entonces sea la pasión irracional que lleva a los aficionados a acudir a los campos y alentar, aunque sea disimuladamente, a quienes defienden el escudo de su equipo.

El regreso, salpicado por las grandes ciudades del norte, es largo y solitario. El Real Madrid es sujeto de los titulares, porque hasta en la derrota los grandes roban el protagonismo a los pequeños. En la retina de los culturalistas, donde quiera que estén, quedará la vigilancia de Chema Mato a Iniesta, la lucha de Jito con Puyol o el balón de gol controlado por Alberto Suárez dentro del área y que acabó mansamente en las manos de Pinto. Muy escaso bagaje, quizá, para la tan larga espera de la historia. Finalmente, el tren llega a casa. El Reino de León pasa fugazmente a mi derecha, como un felino dormido que descansa. Sería inadmisible que haya que, por incompetencia de dirigentes y desidia de aficionados, tengan que pasar otros 50 años hasta volver a enfrentarnos al mejor equipo del mundo.